Aprobar o Aprender
La consecución de un objetivo se mide por los resultados del mismo. ¿Cuál es el objetivo principal de la enseñanza en la escuela? Si alguien enseña (los profesores en este caso) parece que lleve asociado la existencia de otro alguien que aprende (los alumnos). Sería oportuno decir que el objetivo es tener alumnos que aprenden de las materias que les enseñan. ¿Es este resultado el que estamos obteniendo? El resultado principal que se busca, quizá sin ser consciente de ello, es aprobar un examen. Por tanto, hago la siguiente pregunta:
¿Es el objetivo aprobar o aprender?
Con esta reflexión me levanté una mañana después de escuchar en la radio la publicidad de un centro de estudios (probablemente una academia de refuerzo aunque no lo recuerdo). El slogan era algo así: «Consigue que tus hijos aprueben». Desde entonces no he dejado de pensar en la pregunta del principio. ¿Tenemos, de verdad, bien definido el objetivo? Me refiero al objetivo que tienen los padres con sus hijos y el de los profesores con sus alumnos ¿O hemos perdido el norte?
Mi propia respuesta me desalienta, porque reconozco y vivo en carnes propias que se acerca más a lo primero que a lo segundo. Me gustaría pensar que el anuncio era una aberración, aunque la realidad es otra, el anuncio es solo un reflejo de la realidad vivida en estos momentos. Los padres, los profesores y, por supuesto, los chavales están metidos en esa gran paradoja que hemos creado, porque lo que realmente vale es el aprobado, ese numerito que dice que ese día sabías lo que había que saber. Otra cosa será, dónde habrá quedado ese conocimiento dos días después de vomitar un montón de palabras leídas, aprendidas y no siempre bien interiorizadas. ¡Un verdadero horror!
Ahora me doy cuenta más que nunca de algunas cosas, mejor dicho, me hago consciente de algo que ya sabía. Me pregunto a mí misma por qué me extraño. Si ya cuando obtuve el carnet de conducir hace más de veinte años la realidad era esta: una cosa es aprobar el examen y otra muy distinta saber conducir bien. Es cierto que el examen evalúa un mínimo, sí, aunque nada aseguraba que metidos en faena (con el tráfico de Madrid, en plenas obras, de noche, con lluvia, por ejemplo) supieses salir airoso. Y resulta que la educación de nuestros hijos se ha construido bajo las mismas premisas, donde el resultado en la prueba (examen) se ha convertido en el objetivo principal, desviando la atención del aprendizaje y la experiencia que se puedan trasladar a la propia vida en un futuro.
¿Es necesario medir un mínimo de conocimientos? Sí, así es. ¿Ese es el único método y manera para evaluar si alguien saldrá airoso en la vida? Rotundamente no. Un número hoy no asegura el éxito mañana.
Me preocupa el mensaje lanzado, porque si el objetivo es aprobar, entonces estaríamos asumiendo “otras actuaciones” aunque no seamos conscientes.
Por ejemplo, si hablásemos en términos empresariales, ante un objetivo es importante encontrar el método más eficaz y de menor coste para conseguir alcanzarlo. El coste está relacionado con las horas invertidas y las personas asignadas. LLevemos esta idea al objetivo de aprobar, ¿qué impedirá pensar en hacer una «chuleta» para copiar? Seamos honestos, ¿no es acaso una forma eficaz de alcanzar el resultado de aprobar, con un esfuerzo menor y con la posibilidad de alcanzar el resultado? Eso si se asumen los costes si les pillan copiando claro. Ahora bien, si, por le contrario, la meta en sí misma es el aprendizaje, el conocimiento profundo, entonces la chuleta tiene menos sentido. En este caso estaremos haciendo referencia a aplicar el saber en el futuro y esto sucede cuando se interioriza y no cuando se copia y olvida.
Tampoco quiero decir que olvidemos esto, sino tomar conciencia en dónde ponemos el foco. Las notas, a mi entender, son el resultado consecuencia del objetivo principal y no a la inversa. ¿Tú como aprendes cuando aprendes?
Aprender necesita de la emoción, de un gusto por saber, por conocer, también necesita de la práctica y la interiorización, porque es integrar en tu historia personal el conocimiento, más allá de lo que te cuentan o lees en tu vida, es hacerlo tuyo y eso se consigue con la práctica vivencial.
Hace ya tiempo, al escuchar los resultados electorales de ciertas comunidades autónomas, mi hijo me dijo que los resultados se entienden perfectamente cuando conoces la historia de España. ¡Qué cierto! La historia es más que una parte importante de nuestras vidas, la historia es la que crea nuestra forma de vida. Así sea la historia de un país como la historia personal.
De esta reflexión de mi hijo extraje dos pensamientos:
1. Mi hijo conoce, comprende y ha interiorizado la Historia de España, más allá e independientemente de la puntuación que tuvo en su examen de historia el pasado curso. Por tanto, la clave está en inculcar el aprendizaje útil y a largo plazo.
2. La historia de cada persona define dónde está y es fundamental para comprender cómo aprende, por tanto, necesario para incentivar y apoyar ese aprendizaje. Esto ya lo sabía por mi enfoque sistémico, aunque ahora lo constato aún más. Cada uno vivimos unas circunstancias y un contexto que incluye en cuánto y en cómo se aprende.
Conclusión.
Si seguimos luchando enfocados principalmente en un aprobado, ¿qué tendremos? Estupendos exámenes, aunque no siempre se podrá concluir que ha habido un verdadero aprendizaje para la vida. Yo prefiero el aprendizaje consciente, ese que es vivido, no se olvida, se interioriza y permite acompañar el desarrollo de individuos adultos responsables y capaces, con herramientas para guiar su propia vida.
Por esta razón quiero cerrar este artículo diciendo estas palabras a mi hijo: Tú eres mucho más que un número, eres un ser extraordinario, con grande valores éticos, con la capacidad de cuestionar el mundo, buscar nuevos caminos y un gran amor por tu familia. Buenas bases para tu futuro adulto.
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