Escalón a escalón en la familia monoparental
Las familias monoparentales son muy diversas, tanto en su origen (progenitores solteros/as, separadas/os, divorciados/as, viudos/as, hijos naturales, adoptados, por inseminación o similares) como por su estructura social. Es diferente una mujer que es o fue madre soltera adolescente que una abogada en plena madurez que toma la decisión de ser madre y se realiza una inseminación, y distinto también de un padre que se queda viudo. Y si hablamos de las separaciones y divorcios podríamos tener ejemplos muy diversos.
Por tanto, la realidad que cada una de estas familias vive es bien distinta y sus necesidades difieren en alguna medida. Aunque éstas personas, como cualquier otro ser humano (independientemente de su núcleo familiar) se haya inmersas en cubrir unas necesidades básicas. Subir escalones dependerá de los factores externos por un lado y de la actitud ante estos factores por otro.
Estoy hablando de la Pirámide de Maslow, cuya base es claramente nuestra necesidad más ancestral, más animal. El hambre es nuestra prioridad y tan imprescindible de cubrir como para no permitir preocuparse por algo más cuando no es saciada. Ni el entorno, ni tan siquiera el amor puede saciarla.
Esta pirámide tiene como cúspide la autorealización de una persona, que llegará en base a una motivación y ésta última se crea cuando se van completando y consiguiendo los escalones previos. Esto supone que para llegar a ese estado en el que podemos preocuparnos por el desarrollo personal es necesario haber cubierto las necesidades fisiológicas, las de seguridad, las sociales y de amor como mínimo. A partir de ahí la valoración personal y autoestima pueden crecer.
Cuando realmente alguien tiene dificultades para comer cada día, más aún, lucha por poner un plato de comida a su familia, pensar en estos temas puede resultar secundario. ¡Es cierto!, lo primero es lo primero. Y esto, en algunas familias monoparentales, (y en algunas que no lo son) es comer. A ellas, aunque mis palabras pueden alentarles en ocasiones, se que no es suficiente para el cambio que requieren. Desde aquí todo mi apoyo.
Ahora bien, cuando la situación no es tan drástica. Cuando nos mantenemos en la zona de confort por miedo a los cambios, a lo desconocido. ¿Qué pasa entonces? Por ejemplo, ¿qué pasaría si un cambio en la actitud o en las creencias te permitiese encontrar un trabajo que realmente cubriese tus necesidades? ¿qué sucedería si pudieses moverte entre esos escalones para encontrar la fórmula que te funciona a tí? ¿qué estarías dispuesto a hacer para cambiar de nivel en la pirámide?
¿Qué hace diferente en estas circunstancias a la familia monoparental? Que la zona de confort parece ser la tabla de salvación única en muchos casos. El miedo entonces se apodera de la persona y la vida es un sucedáneo de un sueño borroso. A veces, ni eso. En estos casos, quizá no sea el momento, no sientas la necesidad de moverte. Sólo cuando el alumno está preparado el maestro aparece. Y es entonces cuando tus acciones marcarán más la diferencia.
Para mí, esto último, se resume en la síntesis del libro «La Buena Suerte» de Alex Rovira y Fernando Trías de Bes, al que hago alusión en muchas ocasiones porque me encanta. Ahora me parece muy acertado.
«Crear Buena Suerte únicamente consiste en … ¡crear circunstancias!»
Y si lo quieres en mis propias palabras, te diré que aquellos que rompen los platos son los que se atreven a fregar. Yo, en concreto, he roto muchos, ¡ha sido la única manera de avanzar!
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